Capítulo Uno

Cronometrado

Cronometrado  

La calidez de los rayos de sol que le llegaban desde la empañada ventana eran suficientes para pintar una diminuta sonrisa en su rostro, posando ambas manos en su abultado vientre observó con un dejo de ansiedad el cuerpo que descansaba a pocos metros de distancia en el sofá, la visión de botellas desperdigadas a sus pies era repulsiva y ella tiritó nerviosa al verle removerse entre sueños; cubrió por completo su abdomen y se encogió en ella misma cuando un escalofrío le subió por el cuello. «Están en riesgo.» Le informó el doctor una vez que apareció a una cita no programada, el médico no hizo preguntas innecesarias pero él debía ser estúpido para no darse cuenta de lo que sucedía en la vida de la embarazada tras puertas cerradas. La idea enamoradiza de sus recuerdos la engañó y le hizo pensar en el hombre amoroso que la acunaba entre sus brazos pero la ilusión se desvaneció con rapidez en un pestañeo, ella sabía que no era para nada importante en la vida del hombre, es más, quizás debía considerarse un obstáculo, un mal innecesario pero de todas formas no se veía siendo capaz, siendo lo suficientemente valiente como para virar la dirección de su vida y no volver a verle jamás, o eso había creído luego de sopesar las opciones que la vida le daba, la situación en la que ahora se encontraba: embarazada de un hombre casado, hombre que no dudaría un segundo en deshacerse de ella.

Se acurrucó en sí misma y pensó en la tierna vida que crecía en sus entrañas, antes no hubiese dudado, ni siquiera hubiese parado a recapacitarlo, ella podía permanecer al lado de aquel hombre solo por el placer de hacerlo, pero ahora, ahora todo era diferente. No se trataba de ella, ya no, ahora todo su mundo se envolvía en las infinitas posibilidades de felicidad que florecían en su interior y ella por ningún motivo iba a permitir que algo le sucediese a su pequeño.

Contempló estática, con ojos como águila la figura del hombre que se desperezó tranquilo y se encaminó hacia el baño sin siquiera dedicarle una mirada, el sonido constante de como vaciaba la vejiga le incomodó y supo que no había vuelta atrás.

 

 

 

Desorientada se despertó, le costó enfocar los ojos y lo que le recibió fue el rostro brillante y febril de su hijo, Changmin sacudía su hombro y removía las sábanas intentando llamar su atención.

—¿Qué sucede pequeño?

—Creo que algo anda mal. —Fue lo que le contestó en voz susurrante. Sus temores se agraviaron ante la premisa, desde que era un bebé, Changmin había sufrido de mala salud, su médico se lo había hecho saber y esperar debido a las circunstancias que les rodearon en todo el embarazo y las dolorosas horas de parto prematuro. «Es anémico.» Explicó el doctor en su tercera visita dentro del mes a causa de un resfriado, ella se encargaba de mantenerlo a salvo y cómodo envuelto en una muralla de esponjosas almohadas y calientes mantas y sábanas, pero parecía una batalla perdida, era más el tiempo que su hijo pasaba en cama que lo que podía jugar bajo el sol. Pero con la esperanza latente creyó que solo se trataría de una nueva infección que a duras penas el cuerpo de Changmin lucharía por combatir luego de muchas horas de sudor y medicamentos que le dejaban la boca con un sabor metálico y amargo. Lo que nunca esperó fue un diagnostico decisivo y alarmante para la vida de su hijo.

«Es su corazón. Su corazón falla.» Y por esa razón ella ahora se encontraba a las afueras de la lujosa mansión que buscaba por todos los medio intimidarla, a ella con su diminuto vestido que cubría lo necesario, piernas descubiertas y un Changmin sujeto en su pecho que a duras penas intentaba mantenerse despierto.

El nerviosismo, la extrañes y ansiedad subieron a su rostro cuando la puerta principal se abrió con ayuda de un prolijo mayordomo quien la dejó entrar con movimientos gráciles como si supiera la razón por la cual ella se encontraba allí. El mayordomo la condujo por un largo pasillo hasta una amplia habitación y cerró la puerta sonoro tras su espalda, Changmin saltó contra su pecho y, quizás fuesen ideas propias de su paranoia, pero ella podía sentir el repiqueteo doloroso de su lastimado corazón contra sus pechos.

—Imagino eres una de las as con las que mi padre solía estar. —Le habló un extraño desde una cómoda silla de cuero detrás de un elegante escritorio caoba, la mención despectiva hacia su persona le indignó pero no hizo nada para contradecirla; ella no era precisamente ese tipo de mujer, o mejor dicho, nunca lo fue hasta que tomó la decisión de alejarse del hombre en cuestión. —Mi padre está muerto. —El extraño le hizo saber con voz calmada en lo que le dedicaba una fugaz mirada de reconocimiento, sus ojos no revelaban en absoluto lo que pasaba por su mente.

—¿Cómo te llamas? —La voz rasposa de Changmin le sorprendió y ella giró el rostro para dedicarle toda su atención a su hijo pero el pequeño solo se mostraba curioso ante la desconocida figura que ocupaba el otro lado de la habitación.

—Yunho. —Changmin asintió leve y quiso decir algo más, en su lugar cabeceó cansado y escondió el rostro entre el cuello y hombro de su madre cayendo perdido en la inconsciencia.

—¿Qué le sucede? —Ladeó el rostro sutil. Por su parte ella se debatió sobre si decirle la verdad al extraño o si solo debía dar la vuelta y alejarse, miró a Changmin con pena ante la cantidad de pensamientos apresurados que navegaban en su  mente; ella a duras penas si podía mantenerse con clásicas deudas por pagar para subsistir y el tener que pensar en la cantidad de futuras posibles cuentas médicas que iban a ir más allá de simples analgésicos y jarabes para la tos, era desalentador. Ella no quería tener que dejar a Changmin a manos del Estado o en su defecto, dejarle en el orfanato más cercano, ella no tenía corazón para ello, caso contrario, si por ella fuera se arrancaría el órgano vital con tal de darle a su hijo la posibilidad de vivir pero incluso ella sabía que eso no era más que una mera fantasía.

—Está enfermo. Es su corazón. No puedo pagarlo. —En su postura rígida abrazó a Changmin y temió lo peor. En los ojos del hombre ella no podía encontrar nada, nada que le diera seguridad sobre si su hijo podría o no tener esperanza de vivir.

—Si me mientes, te mataré. —La amenaza le llegó fuerte y clara, ella no era tonta ni ingenua, sabía a lo que atenerse desde el momento en el que dejó pie dentro de la estancia, aunque jamás imaginó que saldría victoriosa.

Yunho contempló desinteresado lo que la mujer tenía para ofrecerle y la verdad era que no estaba en absoluto impresionado, ella no era la primera mujer que lo intentaba. Desde que su padre había muerto una de las cosas por las que jamás imaginó debía preocuparse se había vuelto una situación recurrente y cansina; él sabía que su padre no era honorable a su madre en ese sentido. Su madre creció como reina en un emporio a base de sangre, odio y dinero, a cambio su padre tenía la libertad de tomar por fuerza o no lo que le apeteciera y eso normalmente conllevaba a una escandalosa cantidad de muchachitas inocentes y mujeres baratas. Así que poco tiempo después de que se diese la noticia sobre el fallecimiento de su padre no faltó la pasarela de mujeres que bajo la excusa de traer al mundo hijos de su padre, intentaban hacerse paso dentro de sus vidas y aprovecharse la situación, y eso había esperado ver en los ojos de la mujer que se encontraba frente a él, en su lugar, la mirada determinada que le dedicó la mujer le hizo sentir seguro. Si de verdad se trataba de un hijo de su padre, era mejor el tenerle cerca donde pudiese vigilarle.

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