Scream

I will sing for you

Un día normal en la vida de Bang YongGuk sólo puede describirse con una palabra: silencioso. Se ha acostumbrado a ser una sombra muda que huye de la luz del día y del ajetreadamente ruidoso entorno en el que se ve obligado a vivir, no soporta el bullicio de las multitudes y con el paso de los años se ha convertido en un completo experto en esquivar el contacto humano innecesario.

Observar, analizar y callar, eso es un día normal en la vida de YongGuk, aunque no es como si mantenerse en silencio le fuese una tarea compleja de hacer, estaba más que acostumbrado. Si lo observaban durante unos pocos minutos, podría parecer retraído, incluso en las mentes de los curiosos aparecía la idea de que probablemente sufriera sordera, su boca se mantenía en una fina línea durante el transcurso del día y ningún sonido era capaz de inmutarlo. Permanece siempre imperturbable ante cualquier acción o situación y sólo se limita a lo que usualmente debe hacerse, casi como un autómata al que no le fue enseñado otra cosa más que la simple tarea de respirar.

Yongguk suspira con un nudo familiar en la garganta, comienza a guardar todos sus cuadernos y libros en el bolso que yace en el suelo al lado del incómodo escritorio en el cual debe sentarse todos los días en la universidad y cuando su profesor comienza a pasar asistencia el rostro se le tuerce en una mueca de rabia por la mirada de lástima que recibe del hombre canoso, después de todo, su nombre es el primero en la lista y él sólo es capaz de darle un leve asentimiento de cabeza antes de lanzar con prisa y brusquedad todo lo que queda sobre la mesa dentro de su mochila para después, prácticamente, huir del aula bajo la atenta mirada de sus compañeros.

Agradece que su horario sea nocturno, la oscuridad de la noche logra camuflarlo por completo gracias a que el único color de ropa que usa es negro y ningún transeúnte se le acerca ni siquiera para pedirle la hora, de por sí sus facciones son fuertes y ahora encajan perfectamente con el rostro de asesino que lleva, pues no quiere que nadie esté en su camino ni que le dirija la palabra a menos que quieran oír a un adolescente despotricando en media calle. Su marcha disminuye con cada paso que da lejos de la fachada de la universidad, porque hoy el cielo está lleno de estrellas y tal vez no quiera llegar rápido a casa ese día. No quiere llegar temprano porque hoy es martes, YongNam y Natasha no volverán hasta el día siguiente y él no quiere estar atrapado entre cuatro paredes con su madre, no quiere ver en ella la misma mirada de lástima de su profesor y tampoco quiere recibir preguntas estúpidas que sabe no podrá contestar.

Saber eso sólo lo hace sentir más miserable de lo normal.

Ya ha estado caminando por más de veinte minutos y está seguro que para llegar a su hogar le queda, por lo menos, media hora más; así que decide tomar un descanso en una banca pequeña que encuentra en los alrededores del parque porque hoy el peso en sus hombros se siente más aplastante que en otros días y, para su desgracia, sabe de antemano que no lo causa la montaña de libros en su mochila ni el cansancio del día. Realmente desearía que fueran los libros. Los martes no son sus mejores días, y aunque los otros días de la semana tampoco son agradables, por los menos son más pasables que un martes cuyo único objetivo es mantener en su cabeza pensamientos que deberían haberse eliminado hace años atrás. En el sonido más diminuto es capaz de descifrar una melodía, y con ella los acordes o letras que podría usar. Aquello le arranca una sonrisa desganada porque hoy en día no le sirve de nada que su yo compositor siga vigente.

La noche es fría y el grueso suéter no parece ser suficiente, su cuerpo tirita bajo la brisa que le cala hasta los huesos, pero se rehúsa a moverse a un lugar más cálido. Quiere estar solo.

“Necesito estar solo”, se repite por lo menos un millón de veces en los últimos cinco minutos que pasan, pero sus pies no parecen estar de acuerdo y su mente ya ha maquinado el plan más masoquista que se le pudo ocurrir. El edificio está apenas a unos cuarenta y cinco minutos de caminata, quizá veinte si corre con todas sus fuerzas; y eso es lo que YongGuk hace. Corre como si la vida se le fuera en ello, con la mochila golpeteando su espalda con cada paso y la hipotermia a punto de acabar con sus pulmones. Avanza varias cuadras y el panorama se hace más reducido, las hileras de casas comienzan a desaparecer en la penumbra para dar paso a un espacio más rural, uno que YongGuk conoce de memoria y que se ha convertido en una de sus pesadillas más infames en los últimos tres años. El edificio destartalado emerge de entre las sombras y YongGuk se paraliza unos metros antes de llegar a la entrada, el sudor frío recorriéndole las palmas y el corazón martilleándole en el pecho como si estuviera a punto de explotar.

Sabe que está mal venir aquí, que sólo sirve para abrir la herida que aún no ha cicatrizado, sin embargo, sus pies no vacilan cuando cruza la puerta hacia su más temida pesadilla.

Las luces estroboscópicas le ciegan por un corto tiempo antes de que sus ojos puedan acostumbrarse a ellas, un YongGuk menos valiente que el de hace segundos atrás se abre paso entre el tumulto de personas mientras las voces fuertes y potentes de los MC se oyen a través de los altavoces con tanta claridad que se siente como si estuviera al frente del escenario improvisado entre los escombros de aquella vieja construcción sin finalizar, que desde hace años es usada por los amantes de la música urbana para improvisar batallas de rap todas las noches a la misma hora. Algunos las usaban para darse a conocer, otros (como él), para desahogar lo que sus almas gritaban y nadie quería escuchar. La mirada se le desvía unas cuantas veces al reconocer los rostros familiares de algunos de sus compañeros, JiHo está a unos metros más delante de él desparramado en un diminuto sofá con el micrófono en mano todavía y, por lo que parece, descansando de una presentación reciente. YongGuk no quiere ser reconocido y apenas sus ojos se cruzan por una milésima de segundo con los de JiHo, se coloca la capucha para avanzar con paso nervioso hacia el centro del bullicio, con los ojos de su ex-compañero clavados en su espalda. Más allá, un Maslo impaciente por entrar al escenario da vueltas de un lado a otro sin despegar sus ojos de Sleepy, quien en ese momento es el foco de todas las miradas del lugar, y cómo no si el chico casi escupe fuego por la boca con el rap voraz y los versos ácidos que él siempre ha admirado. Por un momento YongGuk siente como el tiempo retrocede y sueña que nada ha cambiado, que su vida no está arruinada por completo y que puede volver a compartir el escenario con su familia una vez más.

Pero los sueños siempre son fugaces, nada más una cortina ilusoria que cubre el panorama devastador más allá de la ventana por un tiempo límite.

Y el último grano de arena del reloj de YongGuk cae con pesadez, la débil cortina se rompe desmoronando su ilusión en sólo unos segundos cuando su mirada se cruza con la de Sleepy por más tiempo del estrictamente necesario y éste le reconoce. Le dedica una sonrisa tan brillante que el moreno siente como un nudo se forma en su garganta y comienza a estrangularlo hasta quitarle el aliento, las esperanzas, la valentía. Oye su nombre resonar en las paredes del lugar cuando Sleepy se detiene con el único motivo de llamarlo por los altavoces y no puede soportarlo más, no cuando siente a JiHo y a Maslo detrás de él y aunque no pueda verlos sabe que están sonriendo, felices por su regreso. Su mente no termina de procesar lo que acaba de suceder, siente como el pulso se le dispara violentamente golpeando sus oídos y la coraza que ha estado construyendo durante estos tres años se resquebraja ante sus propios ojos.

No puede soportarlo más.

Las miradas atónitas de JiHo, Maslo y Sleepy no son suficientes para detenerlo, tampoco lo hacen los gritos alentadores de la multitud que reconoce su apodo y lo anima a subir al escenario, se zafa como puede del agarre de los dos primeros y como si de bestias salvajes se trataran, huye de ellos con toda la rapidez que sus piernas cansadas le permiten. No sabe con exactitud la cantidad de personas que ha empujado para abrirse camino a la salida, pero detrás de él ojos furiosos le siguen; todavía puede escuchar los gritos de sus amigos a la distancia y Yongguk corre, corre y corre con los ojos cerrados y sin un destino fijo en mitad de la noche, incluso cuando el edificio ha quedado atrás y las casas han desaparecido, continúa corriendo por el terreno desvaído. Resbala con un charco y mientras su cuerpo da un sinfín de vueltas en la tierra mojada se pregunta cuándo comenzó a llover y por qué su suerte es así de mala. Gime de dolor cuando por fin las vueltas se detienen gracias a una roca que se le ha clavado en el costado derecho y ha frenado su inminente desgracia.

Las gotas caen desde el cielo directamente en su rostro y por un momento cree que está llorando, pero YongGuk dejó los lloriqueos en el hospital y es ese pensamiento el que le hace querer vomitar. No es sólo el pitar en sus oídos o la presión horrible que le destroza el pecho, su cuerpo entero está a merced de una profunda desesperación y desconsuelo que logran llenar sus ojos de lágrimas de impotencia. En su mente revolotean todos los recuerdos que ha tratado de sepultar bajo llave en el espacio más recóndito de su mente, la realidad comienza a distorsionarse y la tierra es ahora una camilla, el bosque una habitación de hospital y el sonido del viento es la voz escéptica de los doctores que anuncian su enfermedad.

Siente que el grito que emerge desde el fondo de su ser le parte la garganta en dos y a su paso deja un ardor amargo. Pero no hay grito, ni sonido ni gargantas partiéndose a la mitad. De su voz ronca ya no queda indicio y YongGuk rompe a llorar de frustración en el suelo mojado.

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
No comments yet