Capitulo VIII
La maestra y sus musasMas de 60 subscritores, gracias por el apoyo ♥ >>Doble actualizacion<<
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Taeyeon se agachó cuando mi padre le lanzó el cuadro desde el otro extremo de la habitación. Estuvo a punto de darle en la cabeza. Mi madre empujó a mis hermanas hacia el dormitorio más alejado y cerró la puerta. Mi retrato se quedó hecho trizas en el suelo, y supe que pronto serviría como combustible para la chimenea.
−Ha manchado a mi niñita... −gritó mi padre, congestionado de ira.
−Papá, ya no soy una niñita...
Él me clavó una mirada de furia y me señaló con el dedo.
−Le has mentido a tu familia, Yoona. Tu engaño no es una nimiedad. Es algo imperdonable.
−Papá, por favor...
Él me interrumpió con un gesto de la mano. Yo me giré hacia mi madre para rogarle que le hiciera comprender la situación.
Ella se quedó aparte, retorciéndose las manos de preocupación, pero no salió en mi defensa.
−Señor Im, le aseguro que Yoona ha sido muy bien tratada...
−¡No hable en mi casa! −gritó mi padre.
−Papá, por favor, al menos intenta ser decente con nuestra invitada −dije yo.
−¿Decente? −gritó él, aún más alto. Mi madre se tapó la boca con el delantal−. No me hables de decencia −añadió. Después, nos fulminó con la mirada a Taeyeon y a mí y se dirigió hacia la puerta−. Me voy al establo. No quiero verlos aquí cuando vuelva.
A mi madre se le escapó un sollozo. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Mi padre cerró de un portazo al salir.
¿De veras había pensado yo que él iba a entender o a apoyar mi decisión? No había más que decir. Me levanté y fui a mi habitación a recoger algunas de mis cosas.
Mis hermanas, Sunny y Sulli, se asomaron desde su habitación, y yo me detuve para abrazarlas. Le entregué mi bolso a Taeyeon.
−Te espero fuera −me dijo.
Le di a mi madre un abrazo. No sabía cuándo iba a volver a verla.
−Cuídate, Yoona. Toma tu medicina.
Ella me acarició la mejilla, y yo memoricé su piel curtida. Mientras iba hacia el auto , vi que había luz en el establo, lo que significaba que mi padre estaba dentro, cepillando a la yegua. Eso era lo que hacía siempre que necesitaba pensar. No sabía si debía entrar a despedirme de él.
Taeyeon me leyó el pensamiento.
−¿Necesitas un momento? −me preguntó, sujetando la puerta del coche.
Yo miré hacia la casa una última vez.
−No. Vamos −dije, y subí al carruaje.
Me apoyé en el respaldo del asiento y miré el paisaje por la ventanilla. Esperaba, sin esperanza, que mis padres cambiaran de opinión, que se dieran cuenta de que yo no había tomado una decisión tan importante sin pensarlo bien. Sin embargo, en el mundo de mi familia, se consideraba que las mujeres eran inferiores en muchos aspectos, y que debían conformarse con servir a los hombres. Yo sabía que mis padres no iban a comprenderme nunca.
Taeyeon me tomó la mano y se la llevó a los labios.
−Yo te cuidaré, mi musa. No quiero que te preocupes. Ahora, nosotros somos tu familia. La fraternidad y yo.
La miré, y me pregunté si realmente estaba conquistando mi libertad o, simplemente, cambiando a la mujer al que tenía que servir.
Taeyeon me llevó a la cama aquella noche, y calmó mi dolor con su ternura, convirtiendo mis preocupaciones en suspiros de placer. Yo me entregué a ella en cuerpo y alma, algo que no había hecho antes porque sentía cierta reticencia. Si aquello era una servidumbre, entonces la aceptaba, por el poder y la lujuria que sentía.
Me agarré a los barrotes del cabecero de la cama y agradecí el dolor que sentí en los nudillos al golpearme contra la pared debido a las fervientes movimientos de Taeyeon. Su pelo largo se movía y me acariciaba, y sus ojos me atravesaron el alma y reclamaron que le entregara mi cuerpo y aceptara su desafío. Yo me arqueé hacia ella y ella atrapó mi boca con un beso abrasador y posesivo, exigiendo mi clímax y mi lealtad. Yo grité su nombre y se lo di todo, y ella, en compensación, me dio todo lo que podía dar. Y fue suficiente... por el momento.
Durante los días siguientes, vivimos en un estado de felicidad marital sin necesidad de papeles legales. Existíamos con la petulante seguridad de q
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