Anónimo.

Description

Título: Odio a los anónimos.

Número de palabras: 1739

Foreword

«Sé que probablemente ha sido algo molesto recibir tantos mensajes míos pero cada uno tiene su motivo, ya que lo que encuentro en tu blog se haya oculto en algún rincón de mi cabeza y verlo en otro lugar es… extraño. No sé. ¿Eres… real?»

 

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Siete en punto de la mañana de un martes, 14° de temperatura y el cielo completamente nublado. Se levantó con pesadez y a penas se estiró pudo sentir cómo el frío lo abrazaba. Su mano derecha se dirigió a la silla junto a la cama donde se encontraba una chaqueta y se la puso por arriba de los hombros. Una de las cosas que odiaba era el frío pero de todos modos ya había dejado de quejarse, puesto que le quedaban muchas mañanas frías. Finalmente pasó al baño con los ojos entre cerrados y arrastrando los pies; otro día de clases.

—Buenos días —saludó su madre y él respondió mientras bostezaba—. Te levantaste un poco más tarde de lo normal… ¿A qué hora fuiste a dormir ayer?

—A la misma de siempre, me costó dormir.

—Qué raro. Bueno, ¡no olvides desayunar bastante! Ya me voy —anunció su madre inclinándose para besar la cabeza del chico y luego lo miró a la cara—. Saca esa cara, Young Si, hoy será un gran día. Te quiero.

—Yo también…

Una vez ordenó los libros y demás, se sentó a la mesa y sirvió café en una taza blanca, su madre tomó las llaves y finalmente el sonido de las botas dejó de escucharse cuando cerró la puerta detrás de sí.

 

Salió de casa y recibió varios saludos de gente del vecindario incluyendo el de la agradable abuela de So Hee. Caminaba lentamente igual que la gente a su alrededor, ignorando todo hecho que estuviera dando lugar por esas calles que tanto conocía y llenando su mente de la música que transmitían los auriculares, vio venir a alguien caminando con la cabeza baja concentrada en su teléfono; era una chica, bastante abrigada, no más alta que él y con el cabello de un color rojizo que el sol resaltaba dándole una tonalidad carmesí. Él la miró y la miró, a pesar de no ver gran parte de su rostro le resultaba familiar; no sabía de dónde exactamente pero así era, y cuando ambos estaban a unos pocos pasos de distancia ella levantó la cabeza sin realmente mirar por dónde caminaba y golpeó así su hombro contra el del chico.

—¡Lo siento! —dijeron los dos al mismo tiempo y luego ella bajó la mirada de nuevo, escondiendo su rostro para seguir caminando sin darse cuenta que olvidaba algo. El chico frunció el ceño y no dejó de mirarla hasta que ella misteriosamente se mezcló entre la gente. En cuanto la perdió de vista, se quitó sus gafas, las limpió y antes de seguir caminando un objeto en el piso llamó su atención. Lo levantó y se dio cuenta de quién era.

—¡Hey, olvidaste tu… —alzó la voz persiguiendo a la chica, pero entre toda la gente no la vio por ninguna parte. Se había subido a un taxi y ya era inútil seguirla, además, llegaría tarde a clases si lo hacía—… Teléfono.

Buscó en la agenda algún número útil y encontró entre tantos números de móviles, un teléfono fijo. Ese mismo le serviría para avisarle a la chica que tenía su teléfono y unos segundos después, cuando recordó a dónde iba, una gota le cayó en la cara.
«Perfecto, lluvia»

 

Gruñó mientras arrojaba a un basurero el objeto que el viento y la lluvia habían roto, ahora sin paraguas y con sólo diez minutos para llegar a tiempo puesto que había salido tarde de casa, lo único que le quedaba era aceptar que iba a llegar empapado, pues no le quedaba tiempo para volver y cambiarse de ropa. Se refugió bajo un balcón por unos segundos y sacó su teléfono para ver la hora, sabiendo que se iba a enfurecer aún más si lo hacía. Siguió caminando tapándose con el abrigo aunque esté no cumplía con sus exigencias, de hecho no le servía de nada usarlo. Las calles estaban extremadamente transitadas y había mucha gente circulando, entre la cual solo pensó una cosa: “¿Cómo puede empeorar el día?”, y por alguna razón esa pregunta pareció recibir respuesta porque le quedaban seis minutos para llegar y correr hasta su salón en el segundo piso.

—¡Hong Young Si, hola! —saludó la chica sobre su motocicleta, quien se alegró más de lo normal al verlo. Kwon So Hee era una vecina y además compañera de clase. La chica de al lado con la que hablaba casualmente de vez en cuando si se aburría en clases, la extremadamente amable joven que era querida por todos, conocida y admirada a diferencia de él; un estudiante desapercibido, con pocos amigos y a quien casi nadie le prestaba atención. So Hee se acercó lentamente en su motocicleta celeste, se quitó al casco dejando al descubierto su rostro y miró al chico a su derecha de arriba a abajo, mientras él soltaba un gran respiro— ¿Quieres que te lleve a la escuela? —preguntó ella amablemente, al ver el malhumor que traía consigo el muchacho.

—No te molestes.

Ella prefirió insistir y le arrojó el segundo casco para que se lo pusiera, él bajó la mirada a éste y lo hizo sin alternativa alguna. No tenía idea del porqué del interés de la chica sobre él, pero tampoco se quejó. Una vez con el casco puesto, se subió a la motocicleta y unos segundos después rodeó la cintura de la chica con timidez. Ese gesto produjo que ella soltara una leve risa y luego encendió el motor saliendo a toda velocidad de esa calle transitada. En un par de minutos ya habían llegado. Una vez se quitaron los cascos y se bajaron de la motocicleta, So Hee le dedicó una sonrisa igual a la de hacía unos minutos cuando lo vio y luego le dijo:

—Te veo en clases.

 

Mientras caminaba por los pasillos metió una mano en su bolsillo derecho y encontró no su móvil, sino el de esa desconocida. Llevaba años yendo a esa secundaria pero aún así le incomodaban los lugares con mucha gente, o mejor dicho todos los lugares. O mejor dicho, la gente.
Al abrir el navegador de internet en su teléfono saltó la página que había visitado por última vez ayer, ese blog que tanto se pasaba leyendo últimamente. Ningún otro le llamaba la atención, sólo éste en especial.

Leyó otra vez la última parte de la conversación pero antes se quejó con cansancio del dolor de cabeza.

 

"Sé que probablemente ha sido algo molesto recibir tantos mensajes míos pero cada uno tiene su motivo, ya que lo que encuentro en tu blog se haya oculto en algún rincón de mi cabeza y verlo en otro lugar es… extraño. No sé. ¿Eres real?".

"¿Lo que dices es real?".

"Mucho".

"Entonces yo también lo soy. Odio a los anónimos. ¿Quién eres?".

"Alguien que odias…".

"Muchas gracias por el apoyo, me haces muy feliz. Pero llevamos semanas hablando, aún quiero saber tu nombre… Por lo contrario te pondré un apodo".

"Como quieras".

"En verdad necesito saber quién eres.. ¿Alguna pista?".

"No cambiaría nada que sepas mi nombre".

"Entonces para mí siempre serás “el anónimo que odio”... Ha".

 

Llegó al salón de clases, tomó asiento donde siempre y So Hee estaba a su lado como de costumbre.

—Young Si, ¿estás sonrojado? —preguntó, con ternura— ¡No lo creo, qué adorable!

—No es cierto —dijo pasando una mano por su rostro y sintiendo el calor de sus mejillas.

'Maldición' susurró en su mente.

—¿Quién está enamorado? —siguió jugando ella con una voz cantarina, riendo, pero el chico no dejaba de mirar la pantalla de su teléfono— Tú siempre leyendo a esa chica, eh… ¿Cuánto tiempo llevan hablando ustedes? Es que, ella es algo así como famosa, debe ser emocionante, ¿verdad?

 

«No es sólo una chica. Ella es… tantas cosas».

 

Sonó el último timbre del día y todos despegaron sus rostros del pupitre para irse a casa al fin, a disfrutar de un café y sentarse frente la estufa que en pleno invierno era el mejor lugar para estar. Pero él quiso pasar por la cafetería. Llegó al restaurante y tomó asiento adentro, sacando ambos teléfonos mientras uno de ellos sonaba; el de la misteriosa chica. Era un número desconocido, supuso que era ella así que tragó saliva y contestó.

—No te muevas —dijo la persona del otro lado de la linea con una voz tranquila y rio mientras caminaba lentamente. Él miró para todos lados con el teléfono junto a la oreja y pudo verla acercarse, también sosteniendo un teléfono. Bajó la mano por lo que ella hizo lo mismo, pero en cuanto los ojos del chico se dieron cuenta que había visto ese rostro tantas veces y pudo reconocerla, trató de convencerse una y otra vez de que lo que veía en frente suyo era real. Ese cabello castaño y esos grandes ojos que sonrieron esperando una respuesta pero él no dijo nada. No podía decir nada— ¿Te molesta si me siento?

—N-no…

—Soy la dueña del teléfono —sonrió y tomó asiento frente a él. La chica desbordaba felicidad tanto en su expresión facial como en el tono de voz—. Llamé para comunicarme con alguien que lo hubiera encontrado y a penas contestaste me di cuenta que eras tú… ¡Y pues aquí estoy!… Lo siento, soy Jucy.

Ese apodo sólo le recordó a la famosa blogger. Pero…

¿Lo había dicho en serio?, porque si así era, la chica que ni siquiera lo conocía, la chica que lo hacía reír, pensar, incluso sonrojarse y todo a través de una pantalla; así es, esa misma chica de sus sueños... Estaba sentada frente a él.

—¿Jucy? —consiguió pronunciar con una voz tranquila, parpadeó un par de veces.

Ella asintió con alegría. —Sí, así me dicen. ¿Y a ti?

—Tú misma me pusiste un apodo…

—¿Disculpa? —frunció el ceño.

—Soy… el “Anónimo que odias” —rio.

 

Los ojos de ella brillaron como nunca antes y los de él también, en cuanto recordó que su madre tenía razón. Ese iba a ser un gran día...

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