—Señorita Yeh. —Shuhua ajustó sus anteojos ante el llamado de su secretaria, por el dolor que sintió en la vista se dio cuenta de que seguramente ya había pasado demasiado tiempo con los ojos pegados a la pantalla de su computadora.

—¿Qué hora es? —Su secretaria rió, sabía muy bien que su jefa era algo trabajólica. Dejó el café sobre el escritorio junto con una pila de documentos que sabía que Shuhua leería antes de tomarse un descanso.

—Las nueve y treinta de la noche, ya todos se fueron a casa. —Notificó, parada a un costado de la taiwanesa que sonreía luego de beber el primer sorbo de su café. Las bebidas calientes eran muy reconfortantes para ella, le traía buenos recuerdos y su secretaria había sido lo suficientemente inteligente como para recordarlo.

—Deberías ir a casa también. —Shuhua comenzó a hojear desganadamente las hojas que habían sido dejadas sobre su mesón, el café no lo soltaba de su mano. —No olvides ocupar la tarjeta de locomoción, he notado que no la ocupas mucho. —Shuhua era así, siempre preocupada de que todos sus empleados recibieran todos los beneficios para estar contentos en el trabajo. Para ella tener empleados contentos significaba tener empleados eficientes.

Luego de estudiar en la universidad su mamá la había dejado a cargo de la oficina coreana de su empresa de entretenimiento. A Shuhua le encantaba, el ambiente en el que se mezclaba el arte y los negocios era adictivo para la taiwanesa.

—Está bien. A veces me gusta caminar, es por eso. —Su secretaria era probablemente la persona con la que más hablaba, no era que no le gustara estar con sus empleados. Pero por lo general sus conversaciones con el resto eran estrictamente profesionales, para los chismes o comentarios sobre algún problema de uno de los demás tenía a su secretaria.

Shuhua asintió, comprendía bien el sentimiento. —¿Y esto? —Shuhua levantó el papel cuyo título le llamó la atención. No era el típico informe que necesitaba su firma al final de la página, era la impresión de un correo electrónico.

Su secretaria sonrió, no se había ido todavía ya que estaba esperando el momento indicado para entregarle dicho papel a su jefa. Era una tarea que se le había sido asignada a ella y otro colega, el comentario principal era que nadie más se enterara de lo que su jefa les había pedido personalmente. Para ella y Dayeol (su compañero) significaba mucho tener la confianza de Shuhua.

—Demoró un par de meses pero…—Dejó una pausa al notar que Shuhua leía el correo, por el tiempo que demoró en terminarlo asumió que lo leyó al menos dos veces.

—Está pasando. —Suspiró Shuhua, dejando el papel sobre su mesa para fijar su mirada en su secretaria con una enorme sonrisa en su rostro. Bebió nuevamente de su café, el sabor era incluso más dulce que antes.

—Dayeol y tu van a recibir un bono por esto. —Anunció, levantando el papel frente a su secretaria.

—No es necesario. —Nayoung siempre era humilde en cuanto a sus logros, pero para Shuhua no había nadie mejor que ella para ser su secretaria. Más que eso, creía que era su mano derecha. —¿Me permite preguntar algo? —Shuhua sabía que en algún momento la joven secretaria preguntaría sus motivos tras la tarea que había pedido con tanta insistencia.

—Toma asiento.

Comprendía lo que quería saber, y ahora que tanto ella como Dayeol habían cumplido con su trabajo creía que merecía saber la verdad.

—¿Por qué ella? —Nayoung apoyó su cabeza en sus manos, las cuales tenía sobre el mesón. —Hay tantas actrices o idols que pueden hacerlo, muchas empresas pagarían por poner a alguno de sus artistas en el musical.

Hace un par de meses Shuhua había llamado a su coordinador favorito, Dayeol y a su secretaria. Ambos creyeron que estaban en problemas, Shuhua no era de llamar a sus empleados de forma personal por lo que las teorías habían comenzado a llenarles la cabeza.

Pero para sorpresa de ambos, su jefa los estaba esperando con una adorable (casi tímida) sonrisa. Les ofreció asiento frente a ella y luego de unos minutos de silencio decidió comentarles sobre una tarea que quería asignarles. Con máxima discreción.

Ese día su jefa les habló de Cho Miyeon. Ante la mención del nombre ambos se vieron y se encogieron de hombros, ninguno conocía a la persona que nombraba.

Dayeol y Nayoung eran expertos en el mercado Surcoreano, pero a Cho Miyeon no la conocían.

Shuhua intentó no parecer ofendida, para ella Cho Miyeon era la mujer más talentosa que conocía. Desde que se separaron, Shuhua siguió sigilosamente su carrera. Su ex novia había hecho exactamente lo que ella pensó que haría. Se graduó de julliard y rápidamente comenzó a audicionar para distintos musicales de Broadway. Comenzó con roles pequeños y hace un par de años había logrado protagonizar su primer musical, luego de eso todo fue color de rosas.

Pero los últimos meses Miyeon había desaparecido de la faz de la tierra y Shuhua estaba preocupada. No sabía si estaba asistiendo a audiciones, estudiando ni nada que pudiera significar que Miyeon estaba feliz cumpliendo con su trabajo.

Ellas tenían comunicación, pero nada muy loco. Saludos de cumpleaños o comentarios en redes sociales cuando alguna publicaba algún logro, pero nada más.

Shuhua también sabía que Miyeon había tenido un par de parejas, ella misma había tenido una relación seria que terminó después de unos años.

Cuando Shuhua notó que después de terminar esa larga relación su corazón continuaba intacto fue cuando aceptó que no había nada similar a lo que en su momento tuvo con Miyeon.

Shuhua había aceptado que quería a Miyeon nuevamente a su lado para confirmar si sus corazones seguían conectados o no.

Es por eso que Shuhua tomó la iniciativa de atraerla a Corea. Algo que jamás iba a hacer era alejar a Miyeon de sus sueños, eso haría que su decisión de terminar la relación cuando apenas eran unas adolescentes no tuviera sentido. Después de todo, Shuhua la había dejado ir para que pudiera cumplir todos sus sueños. No sería ella misma la que se los arrebatara por lo que perfectamente podría ser un capricho.

Cada año Shuhua se proponía hacer un musical de caridad, pagaba por idols para que interpretaran la obra un par de noches y todos los ingresos se iban a la fundación que había creado junto a su madre.

Shuhua pensó que ese año podía ser diferente y que en vez de pagar por alguna cantante o actriz famosa quería volver a las raíces que la inspiraron a amar las artes. Quería que Miyeon fuera la protagonista junto con algún actor que estuviera recién iniciando su carrera.

Al menos de esa forma tendría la excusa perfecta para traer a Miyeon al país. No estaría frente a ella para decirle “Hola, creo que nadie enciende mi corazón como tu y me gustaría que intentemos algo juntas” sino que quería utilizar lo que ambas amaban (el teatro musical) para volver a crear el vínculo que las unió en un principio.

Así fue como nació la tarea para Nayoung y Dayeol. Su secretaría, que había escuchado toda la historia que Shuhua había decidido contarle, no pudo evitar admirar incluso más a su jefa. No solo era una persona bondadosa, sino también romántica.

El hecho de que Miyeon contestara el correo confirmando su asistencia a la audición para la nueva obra se sentía ahora como un logro personal. El arduo trabajo que Dayeol y ella habían realizado se sentía mucho más satisfactorio.

—¿Y entonces cuál es la obra?

—Miyeon sabrá.

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Shuhua salió del edificio y manejó personalmente su vehículo hasta llegar al lugar. Su corazón latía de forma irregular, sabía que todas las preguntas que tenía sobre sus sentimientos estaban a punto de ser respondidas. Abrió las puertas del teatro con cuidado de no perturbar la concentración de nadie. Pero para su sorpresa el lugar estaba vacío, excepto por la silueta que notó a la distancia.

Era Miyeon.

Estaba concentrada tocando el piano, no le tomó mucho tiempo a Shuhua reconocer la melodía.

Caminó lentamente, intentando que Miyeon no se diera cuenta de su presencia. Se detuvo al borde del escenario, cerró los ojos y se concentró en el sonido que salía del piano.

—Siempre tú, cada pensamiento que tendré, donde sea que vaya, tú estarás. —Sus palabras semi cantadas hicieron que Miyeon dejara el teclado de golpe.

Miyeon se dio vuelta y finalmente se vieron. Después de tantos años estaban físicamente en el mismo lugar.

—Sabía que eras tú. —Había ilusión en su voz, Shuhua sonrió al obtener una reacción positiva de parte de Miyeon. —Eres la única persona que me llamaría a audicionar para protagonizar West Side Story en Corea.

Shuhua rió, subiendo al escenario y acercándose tímidamente hasta donde estaba Miyeon. —Soy un poco predecible. —Se defendió Shuhua, por no querer decir que para ella nadie podría interpretar a María de la forma en que Miyeon lo hacía.

—¿Por qué?

Miyeon preguntó, fue sincera y ambas sabían que había un trasfondo en eso.

—West Side Story no tiene final feliz. —Shuhua caminaba en el escenario, no subía a uno desde la escuela ya que se había dedicado completamente al trabajo corporativo. —Y la última vez que vi la obra también tuve un final triste. —Era un recuerdo que se repetía constantemente en su cabeza, era doloroso. —Si me permites, me gustaría que esta vez tenga un final feliz.

Shuhua volvió a ver a Miyeon, quien le sonreía de esa forma tan familiar. Los años le hacían ver madura y más hermosa que nunca. Miyeon había notado los cambios en la obra, efectivamente tenía un final feliz.

—Busquemos ese final feliz entonces. —La respuesta de Miyeon era el impulso que necesitaba para terminar por ilusionarse, ambas estaban en busca del mismo final. Y si la vida se lo permitía, no dejaría que acabara de otra forma. No de nuevo.

FIN.

N.A: Un pequeño regalo, nada muy especial. Espero haya sido de su gusto, significó mucho para mi escribir esta historia. No olviden que la vida siempre nos da muchas oportunidades y que cuando creemos que algo termina puede que signifique el inicio de otra cosa.