VUELTA A CASA

Lo Nuestro Es De Otro Planeta

Aquella sensación de irrealidad la acompañó mientras degustaba su segundo café del día. Una vez pasado el control de seguridad, tiffany se decantó por la cafetería más tranquila de cuantas había en la estación. Eligió una mesa apartada que colindaba con las paredes del local. Sacó de su mochila su  ebook y trató de concentrarse en la lectura de una novela de fantasía que le recomienda unos compañeros de trabajo. No obstante, la sensación seguía acuciándola sin permiso y se sintió inquieta, como si fuera presa de un tiempo absoluto y fluido para ser real, aunque era muy real y no un mero decorado: la taza de café humeante, muy caliente, como a ella le gustaba, el trajín de los camareros que se gritaban las comandas e intentaban no chocarse unos con otros en el escaso espacio por el que transitaban tras la barra, aquel cliente solitario que fingía estar muy interesado en su ordenador aunque estaba pidiendo a gritos que alguien se acercara a entablar conversación con él. Y sin embargo, por momentos Tiffany se sintió una actriz atrapada en el pasaje de una película de terror,

Alzó los ojos en busca de su presunto perseguidor, pero ninguno de los rostros que la rodeaban le resultaban familiares y, de todos modos, ¿Quién iba a perseguirla? ¿La policía? Ella no había cometido ningún delito. Si acaso, al contrario: había prestado un servicio a la comunidad albergando a una sin techo en su habitación de hotel.

Le dio un sorbo a su café y fijó los ojos en el monitor en donde se anunciaba la salida de los trenes. El número del andén del cual partiría su tren a Sevilla apareció en ese momento y se alegró de poder abandonar su mesa de la cafetería. Por la razón que era, aquel lugar empezaba a darle escalofríos. Le alivió la idea de subirse al tren y marcharse de Madrid cuanto antes.

Como solía ser costumbre en tiffany, fue una de las primeras en ocupar su asiento. Ventanilla, como a ella le gustaba. Se quedó observando a los viajeros que paulatinamente subían a su vagón, pidiendo en silencio que no le ocurriera como en aquella otra ocasión, cuando tuvo que compartir asiento con un ruidoso grupo que empezó a cortar y repartir lonchas de chorizo ​​cuando llegó la hora del almuerzo . Hasta el momento no le dio la impresión de que ninguno de sus compañeros de viaje fuera así de maleducado. Los fumadores apuraban su último cigarrillo en el andén y una pareja de agradables ancianos se colocó en el asiento contiguo. Tal vez, con un poco de suerte, conseguiría echar una cabezadita. No le vendría mal si esa noche decidía aceptar la invitación de Victoria para acompañarla a la fiesta.

Un profundo sopor se apoderó de ella para cuando las puertas se cerraron y el tren se puso en marcha. tiffany se relajó y apoyó la cabeza contra la ventanilla, dispuesta a recuperar el sueño que tanto trajín le había robado. Se quedó así traspuesta, con los tobillos enredados en su mochila, ajena a todo lo que ocurría en el interior del vagón, mientras que el paisaje de las afueras de Madrid se iba proyectando en la ventanilla.

Al cabo de un rato, tiffany sintió que su compañero de asiento movía con suavidad el codo para aceptar un refresco que acababa de comprar a un empleado del tren. Cuando este se hubo ido, trató de retomar el sueño, pero ya estaba demasiado espabilada y sintió un hambre voraz, así que optó por dirigirse a la cafetería para comprar un bocadillo o algo que llevarse al estómago.

—Un sándwich de jamón y queso, por favor —le pidió a la camarera, fastidiada por tener que pagar una pequeña fortuna por dos rebanadas de pan y varias lonchas de embutido.

Hubiese sido más inteligente por su parte esperar hasta llegar a su casa, pero de todos modos estaba segura de que su nevera se quedó vacía, así que debería que conformarse con un simple sándwich.

—Y una botella de agua —añadió mientras se frotaba los ojos con cansancio.

El vagón de la cafetería lo ocupaban otras cinco personas. Había un grupo compuesto por dos hombres y dos mujeres que parecían no conocerse demasiado. Estaban bebiendo vino y uno de ellos contaba a los otros una anécdota sobre un conocido. En el lado opuesto a ellos se encuentran una mujer con el pelo tintado a colores. Cuando la vio, el corazón de tiffany empezó a latir con fuerza, temiéndose lo peor. Estiró la cabeza para ver si podía verle la cara. No podía ser ... no podía ser ... ¿Pero y si era?  El grupo que tenía al lado estalló entonces en una sonora carcajada que hizo que la mujer se girara con curiosidad hacia ellos. Diana suspiró aliviada. No era Ada, sino alguien con un explosión de color en su revoltosa melena.

Recostó los codos en la barra del bar y aceptó el sándwich que acababa de servirle la camarera mientras se decía a sí misma que debía calmarse. tae no estaba en el tren ni volvería a verla jamás. Nadie la estaba persiguiendo. No había hecho nada malo.

Con este pensamiento en mente, le dio el primer mordisco a su sándwich con gesto de rechazo. Sabía a suela de zapato.

 

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