Una emergencia desconocida

El misterio de Yuri Kwon

Capítulo 1

Una emergencia desconocida.

 “Yo sé lo que necesitas”, dijo Sooyoung.

“Qué?” Estaba pesado en la agencia de viajes. La mano de Kwon estaba pegada a un formulario, tachando con furia un programa tentativo y escribiendo otro nuevo. El papel, era blando como un trapito de algodón.

“Amor.”

“No necesito amor, Soo. Necesito un aire acondicionado.”

“Romance,” dijo Sooyoung, esparciendo con emoción queso crema en una rebanada de pan de centeno. “Pasión, entusiasmo, angustia.”

Yuri resopló. “Esta gente está loca. Imaginate lo que puede llegar a ser Walt Disney con este clima?”

“No estás enamorada desde hace... Cómo era esa cara?”

“Jessica.” Yuri revolvió el cajón de su escritorio. “Tú tienes el programa de United?”

“No. Cuánto hace?”

“Lo tuve esta mañana”

“Desde que estuviste enamorada” comento Sooyoung un poco impaciente

“No hace tanto,” dijo Yuri. “Estás segura de que no lo tienes?”

“Dos años? Tres años. Demasiado.” Sooyoung se sacó una miga que había aterrizado en su blusa con flecos. “No es saludable pasar tanto tiempo sin estar enamorada”.

Yuri le contestó con una mirada de fastidio. “Por Dios, Choi Sooyoung,

estoy trabajando.”

“Te volviste aburrida”

“Gracias.”

Sooyoung suspiró. “Caminatas a la luz de la luna junto al río Charles.(nombre de un rio en Massachusetts)

Nudismo en la playa Crane…”

“Hace demasiado calor para estar enamorada… si conociese a alguien de quien quisiera estar enamorada. Y no conozco. Asi que si no te importa, tengo que ...”

“Aburrida, aburrida, aburrida,” dijo Sooyoung. “Toma una galletita”.

Yuri largó su lápiz. “No quiero una galletita. No quiero estar

enamorada. Lo único que quiero es el programa de United Airlines.”

“Por ahí mi madre conoce a alguna chica linda disponible en

Wellfleet.”

“Sooyoung…” No estaba de humor para esto. Sus impulsos homicidas se agitaron.

Su amiga y socia la miró con temor. “Por ahí está mas fresco en Wellfleet que en Boston.”

“Por ahí,” dijo Yuri sin alterarse, “está mas fresco en el infierno. El programa de United, por favor?”

“No lo tengo. De veras. Vas a tener que llamarlos.” Sirvió una copa de plásico con vino para Yuri y otra para ella. “Te van a poner en espera, sabes”.

“Qué otra cosa puedo hacer? United Airlines no está sintonizando con mis pensamientos”.

“Y con nuestro teléfono tampoco,” dijo Soo.

Discó el número de reservas y la pusieron en espera. Reclinándose en su silla, tapó el auricular con la palma de su mano y empezó a balancearse furiosamente.

“Realmente debes relajarte”, dijo Sooyoung seriamente, “Esto no te hace bien.”

“Tenemos que trabajar. Esto no es una ONG.”

“Lo es en verano. Te preocupas demasiado. Sobrevivimos.”

“Apenas,” dijo Yuri. Tomó un sorbo de vino y se masajeó la sien con las manos. “Sólo por una vez me gustaría tener suficiente dinero

para hacer algo especial para Tía Boa. Sabes, en los doce años que he vivido con ella, nunca pude hacer más que cubrir mis gastos.”

“Oh, Yuri, a ella no le importan esas cosas.”

“A mí si.” Se terminó el vino. “Mirame. Treinta y un años y lo único que puedo hacer es ´sobrevivir´.”

Sooyoung volvió a llenarle el vaso. “Mamá dice que es normal pensar

así a nuestra edad.”

“Eso no me reconforta.” Yuri se acercó el auricular por un

segundo. “Malditos, si me van a poner en espera, podrían ahorrarme Muzak. Siento como si estuviera en el dentista.”

Sooyoung estiró su pollera. “Creo que aumenté de peso.” enteras, no mitades — y media caja de galletitas desde las 9 de la mañana.”

“No me extraña. Te comiste tres bagels con queso crema — bagels

“Las mujeres no podemos vivir del aire, aunque sea aire contaminado.”

“Y encima salimos a almorzar.”

“El almuerzo es el almuerzo,” dijo Sooyoung.

“Entonces no te quejes por tu peso.”

“No puedo evitar mi peso, es hereditario.”

Yuri sacudió su cabeza, impotente. “Sooyoung, tus padres parecen víctimas de anorexia crónica.”

“La naturaleza detesta las repeticiones,” dijo Sooyoung.

“Uno de estos días,” dijo Yuri, “me van a sacar de acá, pataleando y gritando, con una camisa de fuerza.”

Sooyoung observó su abundante pecho y frunció el ceño. “Piensas que soy repulsiva?”

“Oh, Soo, por supuesto que no.”

El teléfono hizo un click y una voz entrecortada entonó, “Buenas tardes. United Airlines. En qué lo puedo ayudar?”

Yuri cubrió el micrófono con la mano. “Es ella,” susurró. Sooyoung volvió a tomar la extensión de su escritorio.

“Un momento, por favor,” dijo Yuri en tono secretaria, y esperó.

Carraspeó. “Hola. Habla Yuri Kwon, de Choi&

Kwon.”

“Oh.” La voz se congeló. “Qué puedo hacer por usted?”

Sooyoung se retorció de la risa en silencio y colgó. “Me encanta, me encanta.”

Separando la silla, Yuri apoyó sus pies en el borde del escritorio y se pasó los siguientes diez minutos desenredando pasajes aéreos.

Cuando terminó, Sooyoung gritó, “Llame la semana próxima.

Tendremos operaciones de cambio de o.”

Yuri se rió. “Enserio, Soo.”

Sooyoung desechó United Airlines con un gesto. “Odia a las mujeres.

Me juego a que muere por todos los de Crimson Travel.”

“Lo que salva mi día,” dijo Yuri, sonriendo, “es saber que arruiné el suyo.”

“Tengo una idea. Llama de vuelta e invitala a salir.”

“Nunca!”

“Por qué no?”

“Podría aceptar.” Levantándose, Yuri atacó el correo. Como siempre, eran todos folletos. Tres nuevos hoteles en las Islas

Virgenes, un tour por Las Vegas (con desayuno gratis, fichas de casino, y cocktails en el cuarto), cruceros navideños por Rio. “Este es lindo”, dijo Yuri, sosteniendo un papel ilustrado.

“Qué?”

“Un tour en trineo con perros por el Artico.”

Sooyoung miró hacia arriba. “Deberías probarlo.”

“Es en enero.” Se levantó y ordenó las carpetas en sus respectivos lugares.

“Alguna vez estuve enamorada de ti,” dijo Sooyoung.

Yuri la miró. “Tú?”

“Durante mi polimorfa y ersa adolescencia.”

“Soo, nunca me enteré.”

Sooyoung suspiró. “Sucedió la primera vez que te vi. Te acuerdas de la noche que mamá te trajo a casa a cenar?”

Yuri se acordaba. Le había parecido un comportamiento un poco raro de su psicoterapeuta. En los años siguientes aprendió que nada era raro para la Dra Choi.

“Dios, estabas adorable,” dijo Sooyoung. “La forma en que te

quedaste parada en la puerta con esos jeans gastados y remera, mirando tus zapatillas apolilladas”.

“Las polillas no comen zapatillas,” dijo Yuri, y sintió que se estaba

ruborizando.

“Y cuando finalmente me miraste, con esos ojos verdes, sentí que el Cometa Halley se había estrellado sobre Boston Common.”

Yuri se acomodó un mechón de pelo nerviosamente.

“Y lo seguiste haciendo. Toda la noche. Me acuerdo de cada palabra que dijiste esa noche. ‘Esto está muy bueno´ – creo que refiriéndote a los Big Macs. ´No, gracias´, a más papas fritas. Y ´Lo siento´ unas veintitrés veces.”

Sooyoung golpeó el escritorio con su lápiz. “Sabes, siempre sospeché que mi madre estaba intentando engancharnos”.

“Pensé que eras hetero,” dijo Yuri.

“Lo soy ahora, pero en ese tiempo era lo que diera. No le importaba en qué dirección iban mis impulsos, mientras fueran a algún lado y se quedaran.”

“Nunca dijiste nada.”

Yuri se encogió de hombros. “Cualquiera con dos gramos de cerebro podía darse cuenta de que una relación contigo tenía que ser enserio. No estaba dispuesta a eso.”

Yuri se quedó dura como una valija abandonada en el medio de la agencia mientras pensaba qué podía hacer con sus manos.

“Tú….eh…es decir, todavía…”

“Por supuesto que no, tonta. Te piensas que podría estar sentada acá siete años, día tras día, destrozando mi corazón? Te hubiera encerrado en el cuartito y arrancado la ropa hace mucho tiempo.”

Abrió un sobre con un abrecartas plateado. “Mierda, la luz volvió a subir. Igual, prefiero a los hombres en la cama, Dios sabe por qué.

Te vas a quedar parada ahí todo el día?”

Lóbulos en llamas, Yuri se tambaleó hasta su escritorio y aterrizó en su silla. “Espero…” dijo titubeante “… no haberte tratado mal.”

“No, mi amor, no me trataste mal. No puedo evitar mi inclinación ual, igual que tú.”

Miró a Yuri por un minuto. “Sabes, no cambiaste nada.”

Yuri le tiró con un lápiz. Erró. “Si cambié.”

“Cómo?”

“Soy mas vieja.”

“No a la vista. Debajo de ese femenino — y, debo decirlo, todavía terriblemente atractivo — exterior, late el corazón de un corderito.”

Suficiente. Yuri se paró. “Me voy.”

“No puedes. Voy a cenar a tu casa. Tía Boa dijo que había una emergencia. Me pregunto qué tipo de vino va con emergencias.”

El estómago de Yuri empezó a dar vueltas. “Mis padres están

acá.”

“Oh, Yuri, sabes que ella te hubiese advertido.”

“Supongo.”

“Igual,” Sooyoung reflexionó, “es raro. Tu tía no ha declarado una emergencia desde 1970, cuando el gato se comió los Blue Runners.”

“Eh?”

“No te acuerdas? Fue la noche que me enseñó – y uso el término libremente — a jugar Mah Jongg.”

Yuri sonrió. “Te ganó diez dólares.”

“Tu tía,” anunció Sooyoung, “es una dulce viejita. Y también es una sinverguenza.”

Sooyoung volvió a su trabajo. Yuri la observó. Asi que Sooyoung estuvo enamorada de ella, hace todos esos años. Se preguntó que hubiera hecho de haber sabido. Suspiró. Sabía exactamente lo que hubiera hecho. Huir como loca. En aquellos días su lesbianismo la aterrorizaba, aún en su latente, embrionaria etapa. Al descubierto, hubiera sido como caer al vacío desde la punta del Bunker Hill

Monument. Cualquier tipo de o le aterrorizaba por entonces.

Bueno, para ser honesta, todavía le incomodaba. Y encima estaban sus padres, su madre le gritaba o colapsaba histericamente, su padre la miraba como si fuera algo salido del fondo del océano que dejaba manchas pestilentes en la alfombra del living... Y no importaba cuánto tía Boa les gruñera su disgusto y les informara que eran afortunados, que su única hija podría haber vuelto a casa arrastrando un crío no deseado e ilegítimo, y que cómo hubieran podido esconder eso de los vecinos, cuya opinión ellos obviamente valoraban mas que la felicidad de su propia hija…Pero ellos le recordaban a tía Boa que Yuri era su hija, no suya, y de sólo diecisiete años por si fuera poco, y que si ellos querían hacerla infeliz era su derecho – por no decir deber – y Boa debía mantener su nariz de Beacon Hill fuera de sus asuntos de Rhode Island, y qué podía saber ella además, sin hijos, soltera, que ya bastante raro era, además, y que si sabía lo que le convenía se ocupara de su lectura de manos y de sus porotos Blue Runners, que había Lugares en los que Gente Como Ella podía Terminar que no eran exactamente Country Clubs, así que mejor que se ocupara de sus propios asuntos…Lo que le produjo a tía Boa montones de carcajadas.

A veces hasta Yuri se reía, menos cuando le tiraron el teléfono y tía Boa desapareció de la línea, ya no fue gracioso.

Una noche Yuri supo que había tenido suficiente. Después de

todo, cuando tu madre te dice repetidamente que le das asco, o te rindes, o te vas, o aprendes a ignorarla. Y Yuri nunca había sido capaz de ignorar nada, sobre todo si era desagradable – lo que la Dra. Choi le hizo ver, no como una crítica, querida Yuri, sino para que tenga el cuidado de rodearse de entornos benignos y personas amables. Pero esa noche el aire había hechado chispas y chisporroteado con violencia y lágrimas inútiles, y Yuri, no atreviéndose a ponerse a pensar en lo que estaba haciendo, había hecho lo único que sabía hacer. Había corrido hacia la tía Boa.

Guardó lo que pudo en una mochila vieja, y esperó hasta que la casa estuviese en silencio. Aterrorizada, bajó las escaleras, se robó cincuenta dólares de la cartera de su madre, y se tomó el micro a Boston.

En la terminal de Park Square, su coraje se desintegró. Tía Boa la iba a odiar por esto. Era cobarde, irresponsable, e injusta. La iba a echar de su casa – o peor, la iba a mandar de vuelta con sus padres.

No pudo enfrentar a tía Boa.

Durante dos días dio vueltas por la ciudad, durmiendo en la terminal, vagando por los Jardines Públicos, frente a la fortaleza de su tía, angustiada por la mirada de dolor de su perro mientras lo empujaba hacia adentro y cerraba la puerta. Pero finalmente, hambrienta, agotada, los nervios de punta, se arrastró hacia los escalones y tocó el timbre.

“Bueno,” dijo tía Boa, “era hora.”

Yuri la miró, su cara redonda, suave, coronada por su cabello negro, lacio, y se quebró.

“Por favor no me mandes de vuelta,” masculló.

Tía Boa la atrapó en un abrazo con olor a lavanda. “No seas imbécil,” dijo, y le limpió las lágrimas con el borde de su vestido.

“Vamos a la cocina. Voy a hacernos un té.”

Yuri se acurrucó con las piernas cruzadas en el hundido sillón que adornaba la esquina de la cocina de su tía.

El sol de la mañana se asomaba por las cortinas de encaje, dejando sombras raras en el brillante piso de madera. Prismas en cada ventana rompían la luz en arcoiris contra paredes semimates. Pajareras de mimbre llenas de plantas colgaban de las puertas, sobre la pileta y la mesa.

“Mi hermana siempre fue una yegua”. Tía Boa se entretenía

estrellando puertas de aparadores. Encontró unas masas y las metió en el horno. “Deben ser viejas, pero van a servir. Cuándo fue la última vez que comiste?”

“Eh? Oh... no estoy segura.”

“Algo horroroso en un restaurante, sin dudas. Te digo, Yuri, la civilización no existe más en el centro de Boston. Me acuerdo cuando podías conseguir una comida como la gente a cualquier hora del día o de la noche. Servida con estilo, además. Ahora mira. Pewer Pots. McDonald´s, por el amor de Dios. Ni siquiera un puesto decente de Walgreen´s. La Parker House es un aborto. Con razón la gente actúa como ganado. No he probado un omelet decente en años.”

“Hablaste con ellos?” Yuri preguntó timidamente.

“Te aseguro que me quejé largo y fuerte, para lo que sirve de todas formas.”

“Qué?”

“Llamé a la municipalidad, a la junta de planeamiento, al ministerio de Justicia, y hasta al gobernador. Podría hasta hablar dormida.”

Miró a Yuri. “Oh, tus padres. Les dije que no estabas acá. No

estabas, o si?”

“Qué dijeron?”

Tía Boa le apoyó las manos en las caderas. “Mi querida, a mi

edad no debería importarme lo que ellos dicen. Te suplico, no me hagas repetirlo a tus tiernos oídos.”

A pesar de sí misma, Yuri sonrió. El olor a nueces de las masas llegó hasta ella.

“Whoops!” Tía Boa corrió hacia el horno y las sacó. “Aquí tienes.”

Le acercó el plato a Yuri con una bandejita con manteca y un cuchillo. “El té en un minuto. Estas están buenas. Me las regaló una cliente, una cocinera maravillosa, me paga en calorías.”

“Cómo va el negocio, tía?” Yuri preguntó cortesmente, intentando no deborar su comida y actuar como ganado.

“En auge. Es la moda de lo oculto, por supuesto. De repente que te lean la mano se volvió fashion. Personalmente, prefiero trabajar con estudiantes serios de Misterios, y no con estos piratas. El año que viene van a estar abriendo sus cajas de ahorro y votando a los

Republicanos. Aún así, como decía mi padre, a la ocasión la pintan calva.”

La pava de cobre silvó. Su Tia puso distintas hebras de té en

un jarro que había estado calentando, y agregó el agua. “Frutilla, menta, y manzanilla. Necesitas levantar ese ánimo.”

Yuri se puso colorada. “No me baño hace tres días.”

“Nunca te averguenzes de una suciedad honradamente adquirida.” dijo Tía Boa. La miró de arriba a abajo. “Un poco de sueño no te vendría mal, tampoco.” Apoyó los codos en la mesa, la barbilla enlas manos. Sus ojos azules alerta como los de un gorrión detrás de unos anteojos de plástico con aplicaciones de estrás.

“Así que finalmente lo hiciste. Yuri, estoy orgullosa de ti.”

“Lo estás?”

“Aunque hayas esperado tanto. Hasta un perro hubiese tenido la sensatez de irse de esa casa de horrores. Nunca entendí a Helen, y no porque sea diez años más chica que yo. Por supuesto... te debe haber metido en la cabeza que soy cien años más vieja y que ella fue un accidente de la menopausia. Siempre se tuvo que salir con la suya,

que todos a su alrededor hagan lo que ella quiera.”

“Y eso no alcanza a describirlo,” dijo Yuri amargamente.

“Más mala que pis de gato. No me importa decírtelo, me dio miedo cuando supe que ibas a ser una nena. Quiso hacer de ti una copia exacta de ella misma.” Su Tía frunció el entrecejo. “Solía decirle, ´Helen, si te querés tanto, llená tu casa de espejos. Pero dejá a esa chica en paz!´”

Sirvió el té y le alcanzó una taza a Yuri. “Y ese padre tuyo. Perdón por mi francés, pero es incapaz de decir ´mierda´ insultando a alguien. La cabeza del viejo Angus debe haber estado en cualquier lado cuando lo concibió.”

Yuri se acurrucó en la esquina del sillón y se sintió – provisoriamente – segura. Tía Boa le alcanzó otra masita.

“Alguna vez te conté,” preguntó, “de la vez que te gané en un juego de cartas?”

Yuri sacudió su cabeza.

“Tenías una semana. La convencí de jugar al gin. Le encanta jugar, pero odia perder. Así que hice trampa, y la limpié. Ahora, tu madre es capaz de aferrarse a una moneda hasta que grite. La dejé que hiciera una tablita y le di opciones de pago: o me das la plata o me das a tu hija.”

“Se horrorizó?” preguntó Yuri, un poco horrorizada ella misma.

“Se le frieron los calzones. Cuando se despejó el humo quiso zafar.

´Una deuda de juego es una deuda de juego,´ le dije. Pero me conformé con elegirte el nombre. Tal vez debiera haberme puesto firme.”

“Nunca me enteré,” dijo Yuri.

“Y bueno, no me sorprende. Si, te lo puse por Yulia Kristeva. La admiraba mucho. Helen se quedó lívida. Siempre odió a las feministas.”

“Cuánto te costó?”

“Quinientos.”

Yuri silbó.

“No fue nada comparado al placer que me dio saber que cada vez que te nombrara se iba a acordar de Yulia Kristeva.” Tía Boa

reflexionó con aire inocente. “Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, hubiera insistido con Gertrude Stein.”

Yuri miró para abajo y se sonrojó.

“Oh, no seas así,” dijo su tia. “Me anima el corazón en las

frías noches de invierno saber que Helen produjo una Safo.”

Revolvió el té. “Tenemos que planear nuestra estrategia, Yuri. No nos va a ser fácil salir de ésta.”

“No quiero ocasionarte líos, Tía.”

“Líos! Amo los líos.” Miró el reloj en su solapa. “Pero ahora debo ir a meditar. Tengo un cliente en veinte minutos.”

“Me voy a conseguir un trabajo,” dijo Yuri con entusiasmo. Boa la miró con dureza. “No. Mañana vamos a la

Universidad de Boston a anotarte para el próximo semestre. Ninguna sobrina mía va a ser una hippie marginal.”

Yuri sintió lágrimas en sus ojos.

“Ahora,” su tía dijo firmemente, “te terminas esas masas, te das un baño, y a dormir. Yo uso la sala de adelante para leer. Por lo demás, la casa es tuya.”

“Gracias,” murmuró Yuri. “Creo que me voy a quedar acá un

rato.”

“Perfecto. No atiendas el teléfono.” Se levantó para irse, pero antes agregó. “Yul, nadie va a hacerte volver allá, nunca.”

Suspiró con fuerza. Cuatro semanas para el Día del trabajo. Sus padres se habían ido de vacaciones las dos últimas semanas de Agosto, y como siempre las coronaron con una cena en Boston con su hija renegada. Tal vez un feriado no fuese feriado sin algo desagradable en el medio.

“Debería decirles que no vengan y listo,” dijo en voz alta.

“Eso podría funcionar,” dijo Sooyoung. “Decirle a quién que no venga?”

“A mis padres.”

Sooyoung miró el reloj. “Es esa hora ya? No encargué las tarjetas navideñas.”

“Nunca mandas tarjetas navideñas.”

“Mandamos, no te acuerdas? Trabajo?” Se recostó en la silla. “Mira, mi amor, por qué no me dejás que los ponga en algún tour? Puedo arreglar para que no sean vistos nunca mas en este planeta.”

“No funcionaría.”

“Después de ocho años de perder equipaje, deberíamos ser capaces de perder a tu familia.”

“No puedo,” dijo Yuri. “Me sentiría muy culpable.”

“No tienes ni que levantar un dedo. Sólo dilo, yo me encargo, y no se habla jamás del tema. Tengo conexiones.”

“Mafia?”

“Los maleteros de Logan están disponibles.” Sooyoung volvió al trabajo.

Esto es ridículo. Las mujeres normales de treinta y un años no emplean su tiempo preocupándose en cómo llevarse con, o cómo zafar de sus padres. Las mujeres normales de treinta y un años se preocupan por sus maridos (o falta de ellos), carreras, calorías, puntas florecidas, inodoros, la absorción de los pañales, cuellos de camisas manchados, higiene femenina, transpiración, y embarazo no deseado.

“Sobre qué estás rumiando?” preguntó Sooyoung.

“Cuellos de camisas manchados.”

“Tienes?”

“No creo.”

“Tengo?”

“No.”

Sooyoung suspiró. “Bueno, te importaría preocuparte por ese microtour a Tanglewood? Les prometimos Previn, y van a terminar con Linda Ronstadt.”

“Por ahí no se dan cuenta.”

“De 35 amantes de la música, uno se tiene que dar cuenta.”

Sin ganas,  agarró el programa de Tanglewood. “Sabes lo que significa esto no? Treinta y cinco llamadas telefónicas.”

“Treinta y seis. Mejor que chequeés con Lenox antes.”

Comparó los programas con su calendario. “Es Previn. Mira.”

Sooyoung espió sobre su hombro. “Ese es el programa del año pasado, mi amor.”

“Por Dios,” dijo Yuri, arrojándolo, “tenemos que guardar todo lo que aterriza en nuestros escritorios?”

“Yo no, amiga. Eres tú la que guarda todo para los archivos.”

“Bueno, una nunca sabe.”

Tal vez Soo tenga razón. Tal vez necesito estar enamorada.

Dios sabe, necesito algo. Estoy inquieta, aburrida, indecisa, y hecha una cobarde. Bueno, siempre fui una cobarde. Y a veces he sido indecisa. Pero no tanto. O si? Dios, ni siquiera me puedo poner de acuerdo en esto.

Dos años. No es tanto, o si? Ya no duele. Pero si ya no duele, por qué no me quiero involucrar con nadie? Porque no he conocido a nadie con quien quiera involucrarme, por eso. No es que decides que quieres salir con alguien y vas y eliges, como si fuera una planta de lechuga. No se puede poner “amor” en la lista de compras y salir volando a Filene´s Basement, por Dios. No estoy interesada, es eso. Esto no es una película, es la vida. Hay más cosas en la Vida además del Amor. Nombrame tres. Okey, está el trabajo. Hasta Freud admite eso. Amor y Trabajo. Y está...está....los Red Sox. Los Red Sox? Ni siquiera me gusta el baseball. El Inminente Holocausto Nuclear?

Eso, si, es algo que podría interesarme. Te alegras de estar viva solo de pensar en eso.

Lo que realmente debería interesarme es Linda Ronstadt y Lenox. Treinta y seis llamadas telefónicas? No puede ser tan terrible. Nada puede ser tan terrible. O si?

“Bueno,” dijo Sooyoung bruscamente. “Cerramos.”

Yuri levantó la vista. “Qué hora es?”

“Tres y cuarto.” Sooyoung cerró el paquete de Triscuits con aire de finalidad.

“No podemos.”

“Somos nuestras propias jefas.”

“Por qué?” Yuri fue hasta el escritorio de Sooyoung y le puso un gancho al paquete de galletitas.

“Porque no podemos hacer nada mas.” Sooyoung miró las galletitas.

“Honestamente, eres tan compulsiva.”

“Por qué nos vamos?”

“Estás perturbada. Es malo para los negocios. Se supone que

deberíamos irradiar la diversión y el romance de viajar.”

“Mirá quien habla,” dijo Yuri. “No recuerdo la última vez que

saliste de Boston.”

“Fui a Cape en 1973.”

“Bajo coacción.”

“No, en micro.”

“Ni siquiera visitas a tu madre, y solamente son dos horas hasta Wellfleet.”

“Viajar,” dijo Sooyoung, “es escabroso. Si te gusta ser comido por pulgas de arena, ve tú a visitar a mi madre.”

“No ves a tu padre de Abril a Octubre.”

Sooyoung barrió las migas de su escritorio. Algunas lograron llegar al tacho de basura. “Max es perfectamente feliz con sus algas y sus fertilizantes orgánicos.”

“Las algas son fertilizantes orgánicos.” Yuri observó las migas.

“Vas a dejar eso así? Podrían venir ratas.”

“Bien!” Sooyoung exclamó. “Las ratas serían mejor compañía que tú.” Le tocó la mano. “Querida y vieja amiga,” dijo amablemente,

“sabes que te amo. Pero tu humor es abominable.”

Yuri dejó caer su cabeza. “Lo siento.”

“Qué es lo que te pasa?” Esperó un momento. “Vamos, Yuri.”

“Tengo... miedo.”

“De qué?”

“Qué hago si están acá?”

“Tus padres?”

Yuri asintió.

“Mi amor, no te pueden hacer nada. Ya pasaste los veintiuno.”

“Soy una freak.”

“No lo eres,” Sooyoung dijo firmemente. “Los Choi no nos asociamos con freaks.”

Yuri tuvo que reirse. “Ustedes los Choi son freaks.”

“Por eso no nos asociamos con freaks,” dijo Sooyoung, cerrando su escritorio. “Sería redundante.” Se guardó las llaves en el bolsillo.

“Vienes, o te dejo acá para que disfrute el portero?”

Llegaron a la casa con vista a los Jardines Públicos. El aire se sostenía sobre la ciudad como agua estancada. Hasta el tráfico estaba apagado. Hojas de arce y haya caían sin ganas de ramas agotadas. Las palomas apenas se movían, rezongando entre ellas mientras rebuscaban desganadas en las grietas de la vereda. Al pie de los escalones, Yuri se detuvo en seco.

“Están acá. Lo sé.”

“Tu tía no te haría eso,” dijo Sooyoung.

“Tal vez no tuvo opción.”

“Si ese es el caso, mejor entremos, porque seguro la tienen atada y amordazada en el armario del hall.”

Asustada, deprimida, y sintiéndose ridícula, Yuri se sentó en el escalón. “Me odio.”

“Por qué?”

“A mi edad, tenerle miedo a mis padres.”

Sooyoung se acomodó la pollera, que había quedado a la altura de su cintura. “Bueno, se ponen bastante desagradables. Personalmente, no sé por que los dejas convencerte de salir a cenar cada vez que se les ocurre visitar la gran ciudad.”

Yuri se pasó la mano por la cabeza. “Harían demasiado escándalo si me niego.”

“Por tu descripción de esas cenas, el escándalo ya está hecho.”

“Debes pensar que soy una maldita cobarde,” dijo, sin atreverse a levantar la vista.

“Yuri, tengo una madre que según dicen es una psicoanalista de cierta reputación. Maneja un Lincoln Continental blanco

convertible, se sirve su propia nafta para ahorrar dinero, y llena la casa de bandejitas de plástico de comida rápida. Mi padre es tan bueno que se deprime cada vez que cosecha una remolacha. Y el único objetivo en la vida de mi hermana es irse a vivir pacíficamente a su bungalow en Hawai con cuatro hijos que no saben lo que es usar ropa, además de abastecerme de café Kona y nueces de macadamia.” Se encogió de hombros. “Qué sabes tú de tenerle miedo a tu familia?”

Yuri se quedó en silencio.

“Cuando fuiste a cenar con ellos en abril, volviste a tu casa a

emborracharte. Los siguientes tres días te la pasaste pidiendo perdón por estar viva. Sobre eso, sólo puedo concluir que no son personas encantadoras.”

“Intentaron mandar a mi Tía a la cárcel por tomarme a su cuidado.”

“Lo sé.”

“Casi me internan en un hospital de locos. Si tu madre no hubiese…”

Sooyoung la agarró de los hombros, sacudiéndola. “Yuri,

escuchame. Eso fue hace mucho tiempo. No funcionó entonces, y no funcionará ahora. Pueden hacerte sentir horrible, pero no pueden interferir con tu vida.”

Yuri la miró y suspiró. “Lo siento.”

“Vamos,” dijo Sooyoung, levantándola de los escalones. La empujó unos pasos. “Ay mierda,” masculló. “Me olvidé el vino.”

Yuri hizo café mientras Sooyoung revisaba la panera. “Me temo que no hay demasiado,” dijo Yuri. “La señora Bakhoven está de vacaciones.”

“Qué desconsiderada,” dijo Sooyoung, atacando la heladera.

“Mi tía le dijo que iba a hacer un viaje, asi que lo hizo.”

“Cualquier cosa es mejor que lo que tengo en casa. Mamá estuvo el fin de semana pasado y me dejó la casa llena de zapallos verdes”.

Encontró un pedazo de pastel de cerezas viejo y lo llevó

triunfalmente a la mesa. “Sabes que me encanta de tu tía? Que no te falla.”

Yuri sirvió el café y se sentó. “Si la emergencia no son mis padres, qué será?”

“No lo dijo.”

“No le preguntaste?” Estaba empezando a sentir frío por dentro, un síntoma inequívoco de pánico inminente.

“Bueno, no será tan serio si puede esperar hasta la cena.”

“Después de la cena. Nunca discutimos nada serio mientras

comemos. Dice que los electrolitos pierden equilibrio.”

“Es propable,” dijo Sooyoung.

Boa irrumpió por la puerta vaivén, su collar

repiqueteando. “Rápido,” exclamó. “Café.”

Se dejó caer en el sofá mientras Yuri le servía una taza. “Hiciste nuevo, Yuri?”

“Si.”

“La jarra térmica está llena.”

“Oh,” dijo Yuri timidamente. “No pensé.”

Sooyoung la apuntó con un tenedor. “No deberías usar esas cosas, Tía. Son primitivas. Las usan en los moteles.”

“Cómo puedes saber eso?” preguntó Yuri.

“Lo sé,” dijo su Tía, “pero ésta llegó por correo. Yo no la

encargué, por supuesto. Jamás encargaría una cosa tan horrible, y menos de un lugar de venta por correo. Pero ahí estaba. Pensé que podía ser una señal.”

Yuri no podía soportarlo un segundo más. “Mis padres están acá, no?”

“Oh, mi Dios,” dijo su Tía. “pensé que habíamos tenido suficiente de ellos por lo menos por seis meses , y sólo han pasado…” contó para atrás hasta abril … “cuatro.”

“Pensé que eso era la emergencia,” dijo Yuri. “Pensé que estaban acá.”

Su tía  la miró. “Acá? En esta casa? Enserio, Yuri.”

“Tiene un mal día,” dijo Sooyoung.

“Probablemente sea tensión premenstrual. Gracias a Dios por la menopausia.”

“Creo,” dijo Soo, “que necesita enamorarse.”

“Sooyoung…” advirtió Yuri.

“Vaya, Sooyoung! Que perfecta y agradable idea. A quién tienes en mente?”

Yuri se frotó las manos contra la cara. “No necesito estar enamorada. Sólo tuve miedo de que mis padres estuviesen aquí.

Temía que los hayas invitado a cenar.”

Su Tía intercambió una mirada con Sooyoung. “Sabes,

Soo, a veces pienso que Yul es un poco…lenta. Alguna vez

tu madre mencionó algún posible daño cerebral?”

“Tía,” dijo Yuri entre dientes. “Cuál es la emergencia?”

“Tendrán que esperar.” Su tía le apuntó con un dedo. “Tiene que ver con una clienta, Eugene Im. Creo que lo va a explicar ella misma.”

“Oh.” Yuri se sintió floja. “Es con ella con quien estabas ahora?”

Su Tía suspiró cansada. “No, este es otro, nuevo. Un hombre

jóven. Muy intenso, muy sincero, y muy, muy místico. Pero la palma más aburrida que vi jamás. Este chico va a tener una vida que aburriría a un contador. Mi imaginación está agotada.”

“Comete un pedazo de pastel de cerezas,” dijo Sooyoung con

compasión.

“Gracias, querida, pero no. Es Table Talk.”

Sooyoung dejó el tenedor y se agarró la garganta. “Estoy

envenenada!”

Yuri rió. “Está bien. Yo lo probé en el desayuno.”

“Ugh,” dijo Sooyoung. “Eres una asquerosa.”

 

Hola este es el primer capitulo, muestra una introducción a las cualidades de los personajes, y parte del contexto para el desarrollo de la historia, espero continúen la lectura, es una historia que no se pueden perder

Hasta la próxima, nos leemos luego y muchas gracias por visitar, se les invita a comentar :)

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